Por Danielle Collins
Cuando llegas a Calle Olympic, te sorprende el tamaño del mercado. Pensabas que sería algo pequeño, pero manejas por unos minutos desde un lado al otro para encontrar un estacionamiento. Desde el coche, los colores del calle se nublan. Cuando empiezas a caminar, puedes distinguir los colores claramente. Vienen de los puestos vendiendo cualquier cosa, desde juguetes a ropa de marca, intercalado con puestos de comida. Es ruidoso, es atestado, es emocionante.
Aprecias toda la gente porque puedes caminar lentamente, y observar todos los puestos. Hay muchos puestos para niños, con juguetes, piñatas, y mucha mercancía Disney (Elsa y Elena de Avalor están por todas partes). Tiene sentido que hay muchas familias con niños caminando también, los niños bebiendo zumo o comiendo nieva. Pero hay puestos para los adultos también. Unos venden ropa de marca como Nike, otros venden joyas, y otros venden cosas cotidianos como jabón y papel de cocina. Piensas que el mercado es un lugar perfecto para comprar regalos para cualquier persona— hay algo para todos.
Decides caminar hasta el fin de calle para ver todos los puestos antes de decidir donde quieres comer. Todos los vendedores están gritando, tratando de atraer la atención de los compradores. Gritan “¡Pasale!” o los objetos o la comida que venden. Hay un puesto con un megáfono, y puedes oír la voz de la vendedora cuando ya no la puedes ver. Solo oyes español. Muchos de los puestos de comida venden cosas similares: tacos, taquitos, pupusas, quesadillas, guacamole. Hay unos puestos con trompos para tacos al pastor. Muchos tienen zumos y horchata también, y hay algunos que venden churros o nieva que son muy populares con los niños. Algunos tienen espacio con mesas enfrente del puesto así puedes sentar, y en otros no hay espacio así puedes comprar tu comida y continuar caminando.
Cuando llegas al fin de calle, estás abrumado con todas las opciones. Pero necesitas hacer una decisión y comprar algún tipo de comida. Recuerdas la vendedora simpática quien le dijiste que ibas a regresar. Y regresas. Ella sonríe cuando paras en frente de su puesto, y dice, “Ah, las chicas bonitas!” Sonríes en turno. Ella te pregunta que quieres, y cuando dudas repite la pregunta en inglés. Así haces una decisión y respondes en español, pidiendo una pupusa de frijoles y queso. Ella ríe, y dice que se hace las cosas más fáciles que hablas español.
Ella empieza a hacer las pupusas. Toma la masa y amasa en un círculo. Añade frijoles y queso, pone más masa encima, y amasa otra vez para cerrar la forma. Las pone en la plancha, y oyes el chisporroteo de la masa crudo con el aceite. El humo te hace llorar los ojos, pero el olor se te hace agua la boca. Ella da la vuelta las pupusas unas veces, mientras que ustedes charlan. Ella es muy agradable, pero estás impaciente para comer. Por suerte, aunque la comida es hecho a pedido, todavía es muy rápido. Recibes tu pupusa en un plato de papel, y sientes el calor en tu mano. Añades un poquito de curtido (ellos tienen muchísimas opciones de otras salsas) y la pones al lado. Pagas la cuenta— es $3 para la pupusa, que piensas es normal y razonable. No has comido nada esta mañana y ahora tienes mucha hambre.
Te sientas en una mesa, lista para comer. Las mesas son limpias, con manteles con un estampado de flores. Sabes que las pupusas son una comida salvadoreña, y las has probado unas veces en el pasado, quizás por una lonchera en el mercado de agricultores de USC o por el puesto en Grand Central Market. Te gustan las pupusas porque siempre hay opciones vegetarianas. Cuando tomas el primer bocado, sólo es la masa frita. La textura es buenísima: a la vez esponjoso y denso. Es claro que es hecho a pedido. El gusto es bueno también, pero necesita la salsa para el sabor perfecto. Una sola pupusa es muy sustanciosa: quieres probar más pero sólo puedes comer uno. Durante el tiempo que comes, muchas camareras te preguntan si estás bien or si necesitas algo.
Cuando regresas a casas, haces una investigación para aprender más sobre pupusas. Aprendes que sí son salvadoreñas, y que la nombre “pupusa” es de una palabra Pipil que significa “tortilla relleno.” Originalmente, todas las pupusas estaban vegetarianas, pero en el siglo 16 empezaron a añadir carne. Pupusas eran una comida local hasta los años 1960, y en 2005 se convirtieron en la comida nacional de El Salvador. En los Estados Unidos, pupusas ganaron popularidad después de inmigración grande desde El Salvador a los EEUU. Es estimado que 1 millón salvadoreños emigraron a los EEUU durante y después de la guerra civil en los años 1979 a 1992 (Portnoy, Food, Health, and Culture in Latino Los Angeles). Todavía no eres una experta, pero entiendes mucho más sobre la historia de las pupusas. Y todavía te apetecen muchísimo. Estás emocionada para probar más pupusas ahora que tengas más conocimiento, y quieres volver al Mercado Olympic para comer e ir de compras.